martes, 9 de noviembre de 2021

Vuelve nuestro club de lectura

 Tras un año de interrupción, vuelve nuestro Club de Lectura. La propuesta elegida es La paciente silenciosa y el encuentro tendrá lugar el día 9 de diciembre. Sin duda, una novela que te atrapa desde las primeras páginas y te invita a seguir para descubrir el final. 



Halloween

 Un curso más nuestro compañero Jose de inglés, que pertenece al equipo de apoyo de la biblioteca, celebra esta efeméride con la realización de poemas, pósters y decoración. Aquí tenéis una muestra de las actividades llevadas a cabo:








24 de octubre, Día de las Bibliotecas

 Desde este día los miembros de la comunidad educativa pueden realizar un intercambio de libros bajo el lema "Coge uno", el mensaje está escrito en las lenguas  que se imparten en el centro. Esta actividad estará presente durante todo el curso escolar.


Entrega de premios en Trigueros (Huelva)




 El pasado 15 de octubre nuestra alumna Ana Lucía Almagro García recogió el premio en la categoría de secundaria por su relato titulado "Y mañana...". El último día de junio del curso pasado, cuando ya estábamos en casa y deseábamos disfrutar de nuestras merecidas vacaciones, después de un curso muy complicado, recibimos la grata noticia de que nuestra alumna había recibido el premio en el XXII Certamen Literario "Fernando Belmonte" en su categoría, ella había terminado 4º de ESO. Hasta allí nos desplazamos para acompañarla en la entrega de premios su familia y la responsable de la biblioteca del centro. ¡Enhorabuena!







Este es el relato ganador: 


Y MAÑANA…


    


        Metí la llave en la cerradura abriendo por fin la puerta del apartamento. El bolso me pesaba mucho desde que había salido de la funeraria, como un yunque que llevaba cargando toda mi vida. La ceremonia me había parecido demasiado larga para alguien que no se la merecía. Resoplé y dejé el bolso en el suelo y paré un segundo delante del espejo del pasillo para verme; nunca me ha gustado el negro pero él siempre me decía que me favorecía  mucho. Lo admito, nunca he amado lo suficiente a mi esposo y desde el día en que murió sentí que el peso que agobiaba mi espalda él se lo había llevado a la tumba.

        Seguí por el pasillo casi a oscuras, con mi visión nublada por la escasa luz que entraba en el piso. Me apoyé en el marco de la puerta de la cocina mientras me quitaba desesperada los tacones negros que tanto atormentaban mis pies.

        Levanté la vista dirigiendo mis ojos a la ventana que iluminaba tenuemente la estancia, la misma que a tropezones y a duras penas conseguía abrir cada mañana, oculta entre dos pequeñas telas de estampado azul marino, con una mancha de café perceptible en una esquina. Ojalá me hubiese escuchado cuando le dije que esa tela se ensuciaría, pero él se empeñó en que quedaría mucho mejor azul ya que era mi color favorito. Ahora ya nunca podré quitar esa maldita mancha. Suspiré agotada y caminé hacía el fregadero donde había platos sucios que no había tenido tiempo de lavar entre la ceremonia y el trabajo; no había podido limpiar y todo era un desastre. Entre los vasos, descubrí la taza que él siempre usaba: una tacita, marrón, de bordes marfil y entera fabricada en porcelana.

     Le gustaba el café; tanto que cada mañana me traía una taza a la cama y en ese momento me despertaba. Y en más de una ocasión derramó el café sobre las sábanas. Y yo era quien se quedaba, por su torpeza, lavando a mano aquellas penetrantes manchas.

     Cogí la taza sin cuidado alguno y entre mis manos le daba vueltas mientras recordaba todas las mañanas cuando se despertaba temprano y me esparcía el café por encima. Dejé la taza donde estaba y miré la cocina. Estanterías de madera que casi tocaban el techo con vergüenza, bajo ellas la encimera de mármol que tuvimos que reformar hacía menos de una semana porque se caía a pedazos cada vez que preparábamos el desayuno. La nevera que nos había regalado mi suegra decorada con millones de notas, fotos y tarjetas recopiladas ahí, en la puerta, como un desastre de recuerdos que casi ni miraba por puro desdén. El calendario señalado hasta su mitad, fechas mal puestas y olvidadas letras mal escritas…

      


Me quedé unos segundos mirando el calendario casi descolgado, admirando el amasijo de fechas y círculos en los números. Él nunca se acordaba de nuestro aniversario y siempre me pedía perdón con regalos. 

       Recuerdo el del año pasado con bastante claridad. Fuimos a un campo de cerezos en flor; era hermoso, pero durante el viaje, él descubrió que tenía alergia al polen y pasó el día con un pañuelo pegado a su nariz.  Fue algo molesto tener que oírle quejarse cuando parábamos a descansar y tenía que darle un paquete entero de pañuelos. Recuerdo que me advirtió que la próxima vez que fuéramos a un sitio así le tendría que traer un ramo de plantas de la zona, para comprobar que no afectaba a su salud y era seguro para él. Terminamos riéndonos de esa tontería  durante todo el camino.

           Miré la nevera por segunda vez y me detuve delante de las fotos colocadas en su puerta. Aún estaba allí la primera foto que nos habíamos hecho juntos. Cuando me compré la cámara polaroid, tendidos en el césped de un parque abandonado. Él insistió mucho en ir allí, porque se veían mejor las estrellas y por lo oscuro que estaba casi no se distinguían nuestras figuras en la foto.

           También estaba la foto de la boda de mi hermana. Él se puso detrás de mí para intentar tapar una mancha de vino en su traje; le dije mil veces que si no quería salir con la mancha que simplemente no saliera en la foto; pero él insistió para tener al menos una foto como recuerdo de aquel día de la boda. Una sonrisa apareció en mi rostro al recordarlo tan nervioso por aquello, ”qué cabezota”  pensé mientras repasaba con la mirada las demás fotos, sumida en una oleada de recuerdos.

          Entonces una hoja que parecía estar escrita con la de mi esposo frenó en seco mi mirada. Cogí la pequeña nota pegada con un imán en la nevera y vi lo que estaba escrito en ella ¨25 de julio aniversario¨.

        Me desconcertaba leer aquello, ya era agosto y este año también se había olvidado, aun apuntándolo al parecer. Suspiré sonriendo de lado y dejando la nota sobre la encimera, supongo que al menos se esforzó por no olvidarlo.

        Al dejar la nota vi el vestido negro que llevaba puesto, entre una cosa y otra aún no me había cambiado de ropa, pero al salir de la cocina tropecé con algo. Miré el obstáculo, no recordaba haber dejado nada en el pasillo más que mis tacones, y me encontré con la mochila de mi esposo.

Estaba justo en el lugar en el que él siempre la dejaba cada tarde después de completar su rutina de ejercicios. La última actividad que seguramente había realizado antes de irse a la oficina para no volver nunca jamás.



Me dio un vuelco al corazón y sentí un latigazo en el alma al darme cuenta de que aquella había sido la última vez que lo había visto antes de morir. El recuerdo de su imagen con la mochila en la puerta cada tarde a esta misma hora me descosía el corazón de una manera nostálgica. Nunca quise darme cuenta de cuánto se había acostumbrado mi mente a su presencia. Por más que pensara que sería mejor sin él, más se consolidaban sus huellas en nuestro hogar, en cada rincón de nuestra casa.

Me arrodillé en el suelo y abrí aquella pequeña bolsa de tela. Todo seguía allí: la toalla, la botella de agua, su agenda, como si el tiempo se hubiera parado dentro de aquel espacio diminuto, como si esperara a su dueño.

Después de un rato me levanté y dejé la mochila atrás. Él, alguna vez, me había dicho que me uniera a su rutina para practicar ejercicio juntos; en aquel momento me parecía una pérdida de tiempo pero ahora me daba cuenta del tiempo que podíamos haber pasado juntos. Fui a nuestra habitación y al entrar un vacío consumió mi corazón. Miré la ventana con aquella cortina descosida por un borde que él no quiso cambiar porque decía que quedaba bien, debajo estaban sus zapatos como él siempre los dejaba.

Fui hacia el armario de madera lijada junto a aquella ventana, inundada por la melancolía. Su ropa colgada y planchada en su percha desprendía su olor a colonia de hombre mezclado con aroma a cereza. Fue en ese momento cuando me di cuenta de que realmente había disfrutado el aniversario del año pasado, a pesar de que se le hubiera olvidado. Las lágrimas que ya recorrían mi rostro, llenaron el vacío haciendo trizas mi corazón, ahora convertido en hilachos de músculo desprendidos por tal golpe de realidad. 

Me senté en mi lado de la cama, sintiendo el otro lado opuesto muy silencioso.  Miré mi mesita de noche con el alma desprendida y vi aquella tacita que él siempre me traía. 

“Ahora, ¿quién me traerá el café cada mañana?”