lunes, 21 de noviembre de 2022

Microrrelatos seleccionados

     Esta semana hemos recibido una grata noticia: cinco estudiantes de nuestro centro han sido seleccionados para leer su microrrelato, el viernes 25 de noviembre en el Salón de Actos de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Málaga. Los microrrelatos se han presentado en el VII Certamen de Microrrelatos sobre Violencia de Género en la Juventud. En total hay doce finalistas cinco de ellos de nuestro instituto. ¡Enhorabuena!

    Aquí os dejo sus textos y sus nombres:

Danza Roja

     Ella se sentía dentro de un appassionato tango allegro. Lucía empezó a bailar con

rapidez por aquel oscuro callejón. Su vestido rojo ejecutaba con perfección un vaivén de movimientos y sus tacones negros, cuchillos en el suelo, reflejaban sus intensas pisadas.Sin dejarlos atrás, cinco varones de gala danzaban tras ella, bramando sus cánticos. Uno de ellos, la agarró y la abrazó por la cintura. Movimientos en el velo del vestido indicaban la silueta de la bailarina, rotando dominada sobre sí misma. Cuando al fin sentía que el ritual finalizaba, otro bailarín se incorporaba al baile de salón. Un tira y afloja musical hasta ser seis en el arte de aquellos hombres. Ella no quería bailar, dejó de desearlo desde el instante en el que comenzó la coreografía. Todo ese sudor gastado en aquella estrangulada danza asfixiaba su garganta. Su libertad artística no era una opción. Lágrimas, brillantes transparentes, no manchaban la conciencia de los bailarines; agresivos cánticos y lascivos movimientos finalizaban el baile. Lucía, sin reconocer los límites de su cuerpo, esparció un ramo de rojas rosas sobre la insensible calle. Por desgracia, nuevas melodías suenan, risueñas bailarinas amateurs observan al grupo de varones que se dirigen hacia ellas.

Jaime Díaz Moreno



Sueños

      Ella se sentía buscada, esperada.

    Está la plaza sombría, muere el día, suenan lejos las campanas. Llega Catalina con su taconeo, arrastra los volantes, con rizos recogidos, sin flores ni peineta. Como cada viernes, nos regala "los cantares" del poeta que tanto le apasiona. Esta noche brillan más las estrellas que nuestra cantaora, le tiembla la voz. La guitarra la acompaña, cada palma continúa sin cesar y, entre lágrimas, Catalina huye dejando al vuelo su mantoncillo, encrucijada de su pensamiento.

    Esperé a Catalina, me sentí como un libro con la cubierta nevada de polvo y con humedad entre mis páginas. Cada cuerda de la guitarra silenciaba MIedo, LAgrimas, REchazo, SOLedad, SIlencio, MIseria…Cada verso, cada rima enjaulada mostraba tras las vidrieras, con reflejos mortecinos, a un hombre que aparentaba ser de todo menos una dulce melodía.

    Catalina apareció en la plaza y la tarde perdió su brillo: los morados de su piel, la

quemazón de sus ojos de tanto secar mares, las falsas palabras de amor…

    Había un libro de su poeta más cercano envuelto con su mantoncillo recién lavado y blancos pétalos de rosa marcaban cada poesía de amor. Ahora aparece su hogar apagado, la ceniza revuelta, su cantar olvidado.

Paula Romero Florido


CORRER

    Ella se sentía demasiado lenta para una carrera tan difícil. Sabía que no era veloz. Veía esta competición imposible. Asumía que la carrera duraría tanto que no podría aguantarla. Podrían pasar días, semanas, meses... Tampoco se consideraba tan madura como otras jóvenes que ya habían participado. Ella era muy pequeña.

    Decidió permanecer en la línea de salida, dejándole la victoria en bandeja a la pena, el dolor y la angustia. No osaba dar un paso y avanzar. Correr. Huir. Prefería perder en silencio a escapar a máxima velocidad hacía la meta. Veía el final de esa amargura como el náufrago la tierra o el astronauta la Luna: buscada, deseada... Remota. Desconocía sus posibilidades. No era consciente de lo rápida que podía ser. Adelantaría al miedo, daría esquinazo a la tristeza y esquivaría el dolor. Los gritos, la ira y la tensión tratarían de alcanzarla, pero caerían en el olvido gracias al apoyo de la alegría y la tranquilidad, sus compañeras de viaje. Las gradas, abarrotadas de aquellos que más la apoyaban, no dejarían de gritarle que corriera, que lo conseguiría.

    Ella no lo sabía, pero podía ganar la carrera de la libertad. Solo debía, por supuesto, dar el primer paso.

                                                                             Pablo Muñoz Cardona


Mamá hoy está rara

    Ella se sentía abrumada, apurada.

    Hoy mamá me ha sorprendido al aparecer en la puerta de mi colegio a la hora del recreo. Parecía tener mucha prisa. Me dijo con cariño que no me moviera, que volvía en cinco minutos y aparcó en la calle de siempre. Salió del coche con paso acelerado, mientras yo la observaba, feliz, a través de la ventanilla.

    Al rato, apareció con una enorme maleta y una bolsa llena de mis juguetes favoritos. Mamá hoy estaba más rara de lo normal: no dejaba de mirar a todos lados como si tuviese miedo de que alguien la descubriera.

    Con un ritmo apresurado, abre la puerta del coche dispuesta a empezar una nueva vida. Sin embargo, su hijo le pregunta por lo que ella más teme. “¿Hoy no esperamos a papá?”

    La mujer intenta mantener la calma y decirle que no de una manera sosegada. Es la primera vez que sale a la calle sin maquillaje; siempre se pasa horas arreglándose en el baño, pero hoy la luz del sol hace aún más visibles las marcas en su rostro.

    Su hijo, en su inocencia, no le dio mayor importancia. Pensaba que eran fruto

de su continuo despiste.

                                                                                                   Sara García Gámez

SONIDOS DOLOROSOS

           Él se sentía sin ganas de seguir remando, cuando un golpe lo hizo despertarse. Miró el reloj, marcaba las cuatro de la madrugada. Un breve silencio surgió y un nuevo golpe volvió a sonar, seguido de un grito. 

        Habían pasado cinco años, pero la situación no había cambiado en absoluto. Era un domingo precioso, el sol brillaba con mucha fuerza y él había quedado con su mejor amiga, de la que estaba enamorado. Solo gracias a ella podía olvidar la situación familiar. Los dos chicos se despidieron, nuestro protagonista volvió a su casa, se encontró la puerta abierta: la sangre inundaba el pasillo. Entró en la casa, en el suelo estaba el cuerpo de su madre empapado en sangre. Mario no soltó ni una lágrima, se sentó al lado de su madre ya muerta. 

     Esos golpes dejaron de sonar, pero él siguió escuchándolos en su cabeza toda su vida, llevándolo a depresiones, dejando lo que más quería como a sus amigos o esa chica que lo hacía feliz, ya que no soportaba la pérdida de su madre.

           Su conciencia repetía la valentía de ella, que luchó por él, lo protegió y le intentó dar un buen futuro, pero sin suerte.

 

David Orozco Almagro