jueves, 24 de abril de 2025

Primer premio en el XLII Certamen Literario IES Jorge Guillén de Torrox

 El 23 de abril recibimos una excelente noticia: nuestra alumna, Marta Zapara Cordón, había ganado el XLII Certamen Literario IES Jorge Guillén de Torrox en la categoría B, con su relato titulado El vendedor de recuerdos. Queremos agradecer este generoso premio a la biblioteca "Remigio J. Aguayo" del  instituto Jorge Guillén, al Excelentísimo Ayuntamiento de Torrox  y  a la Asociación de Madres y Padres de Alumnos "Amanecer". 

Aquí os dejamos el relato, ¡ENHORABUENA!

                            EL VENDEDOR DE RECUERDOS

 

En una esquina de la calle principal de la ciudad, entre sastrerías y el aroma a café recién hecho, se encontraba un pequeño local sin nombre. Su apariencia era escasamente atractiva, pues no mostraba nicolores ni figuras. Solo tenía un cartel escrito con tinta negra desgastada. El cartel advertía: “Los recuerdos tienen un precio, y los precios una consecuencia”.

Víctor Medina era el dueño de aquella tienda. Siempre mostraba expresión neutra y vestía conforme a la clase media de la época, 1952. La mayoría de tiendas que se encontraban junto a la suya, vendían comida,cosían ropa o arreglaban zapatos. Pero Víctor vendía algo con mucho más valor que cualquier objeto; vendía recuerdos, experiencias reales, emociones… Todas ellas atrapadas en frascos de cristal apilados enestanterías. Cualquiera podía comprar un momento de su pasado, como si lo viviese por segunda vez en carne propia. La voz de un familiar, la risa de un amigo o incluso el escalofrío de un amor terminado.

No muchas personas sabían de la existencia de esa tienda, ya que no aparecía en los mapas ni periódicos; pero todo aquel que verdaderamente necesitaba comprar algo allí, acababa encontrándola. No seconocía siquiera el nombre del dueño, pero en la ciudad era conocido como “el vendedor de recuerdos”.

No todo era tan conmovedor como parecía, nada en esta vida es gratis. Para obtener un recuerdo,había que entregar otro a cambio y lo peor de esto era que el cliente jamás sabría cuál de ellos perdería.

Una tarde lluviosa, un hombre de semblante triste entró en la tienda con los ojos cargados de lágrimas.Tenía las manos temblorosas y los hombros caídos, como si acabase de pasar uno de los peores momentos de su vida. Llego al mostrador y con voz ronca:

-Quiero volver a recordar el primer beso que me dio mi mujer.

Víctor lo pensó en silencio. Y con la calma de quien ha repetido el mismo ritual cientos de veces, extrajo un frasco de los estantes y lo deslizó sobre el mostrador. En su interior, un leve resplandor dorado brillaba como la última luz de un atardecer.

—Me temo que perderás cinco años de otro recuerdo —respondió sin alterar su tono. El hombre frunció el ceño.

—¿Cuál?

—No lo elijo yo. La memoria encuentra siempre su propio equilibrio.

El hombre dudó durante unos instantes, parecía nervioso. ¿Qué fragmento de su historia estaba dispuesto a perder? Quizás un día de trabajo monótono, un cumpleaños sin importancia, una conversacióntrivial. Y él mismo se convenció de que el precio no sería tan alto como para no merecer la pena. Así que aceptó. Destapó el frasco y, en un instante, su rostro se iluminó increíblemente. Sus labios se movieron, susurrando un nombre con lágrimas en los ojos. Un momento después, su expresión cambió.

—¿Por qué estoy aquí? —preguntó de pronto, confundido.

Víctor solo bajó la mirada. El hombre había perdido la memoria de su propia hija.

Ese era el verdadero precio de la memoria: lo que se ganaba siempre costaba algo de igual valor.

La tienda nunca estaba vacía. Algunos vendían su infancia para recuperar un amor perdido, otros sacrificaban la memoria de sus padres por una sola tarde de felicidad juvenil. Y algunos, sin darse cuenta, intercambiaban sus propios nombres por un instante de paz. Todos ellos se iban sin saber que habían perdidoalgo muy importante en su vida, pero que en realidad sí lo era.

Cada noche, cuando la última lámpara se apagaba y la tienda quedaba sumida en sombras, Víctor sepreguntaba a  mismo si el habría perdido en algún momento sus recuerdos pues no sabe si en alguna vez decidió comprarlos.

Aquella noche en particular, cuando ya se disponía a cerrar, la campanilla de la puerta sonó. Alguien había entrado y Víctor se alarmó.

Era una mujer joven, envuelta en un abrigo oscuro. Su mirada era profunda, pero había algo en ella que inquietaba a Víctor, un eco de ausencia. Se acercó firme al mostrador y habló temerosamente.

—Quiero comprar un recuerdo.

Víctor la observó con cautela y respondió:

—Lo siento señorita, la tienda está cerrada, vuelva mañana. Pero la chica nose dio por vencida e insistió en que le atendiese.

—Usted no lo entiende, necesito su ayuda, no estoy aquí para divertirme.

—No creo que sea tan importante como para no poder esperar a mañana, a estas horas de la noche no atiendo a nadie.

—¡Importante!, ¿le parece importante tener una identidad en vano? Busco respuestas a un vacío, una ausencia inexplicable, como si el sentido de mi ser estuviera afectado. Por eso estoy aquí, para saber quien fui antes de ser olvidada.

Un escalofrío recorrió la espalda de Víctor. Nunca nadie había pedido algo así.

—El precio será alto.

Sin apartar la mirada, la mujer sacó un pequeño objeto de su bolsillo y lo dejó sobre el mostrador. Una llave dorada. Apenas Víctor la tocó, sintió un fuerte impacto en su mente. Un torrente de imágenes le invadieron sin piedad: risas infantiles, un parque en primavera, una promesa susurrada al oído de una niña pequeña.

Su respiración se entrecortó. Conocía a aquella mujer.

Levantó la vista con el corazón golpeando en su pecho. La mujer lo miraba con un brillo de esperanza en los ojos.

—¿Quién eres? —susurró Víctor, su voz apenas un hilo. La mujer tragó saliva.

—Tú me olvidaste.

Las palabras cayeron entre ellos como un peso insoportable. El hombre de la tienda, el vendedor derecuerdos, el guardián de tantas vidas ajenas, había perdido el recuerdo más importante de su propia existencia.

Por un instante, Víctor quiso recuperar lo que había perdido. Quiso abrir cada frasco en su tienda, revolver en su propio pasado, gritarle al universo que le devolviera aquello que nunca debió intercambiar.

Pero ya era demasiado tarde.

Porque, por las reglas inquebrantables de su tienda, él ya no podía recordar quién era ella, porque ni siquiera el guardián puede escapar de sus propias reglas.

Y así, la joven se dio la vuelta y salió por la puerta, llevándose con ella la única historia que Víctor Medina nunca pudo vender.

                                                                      Marta Zapata Cordón

 

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