lunes, 5 de junio de 2023

Versos y relatos por un buen trato


Nuestro instituto está de enhorabuena porque cinco estudiantes de nuestro centro han obtenido tres  premios de poesía y dos de relatos en el II Certamen Literario Intergeneracional, 15 de junio Día Mundial de la Toma de Conciencia, del Abuso y Maltrato en la Vejez:





Estos son los tres poemas y los dos relatos premiados.


Equilibrio

Algo negro entró en aquel ser que tiene vida, 

cálido corazón que bombea de puro temor. 

Intento definir algo que no obtiene equilibrio, 

una estructura basada en un pilar derrumbado, 

tallado por recuerdos perdidos.

Un equilibrio para poder estar en pie, 

esqueleto hacinado en pesados escombros.

Cimientos que fueron esparcidos por aquello que lo rompió, 

negros pensamientos envueltos por pétalos de cristal.

Un frágil pilar que soporta una voluble estructura disgregada.

Grietas visibles con una solo dirección: 

destrucción del propio arquitecto.

Ahora una única habitación.

Fisuras sangrantes, escombros uniformes, 

pilares derrumbados, corazón ennegrecido.

Arquitectura sin equilibrio, arquitecto mutilado.


                                                                   Nicolás Jiménez González


Devoción

 

Por tu cuerpo recorren las huellas de los senderos de la vida.

Por tu mente yace el olvido del ayer que perduró en ti.

En tus palabras se muestra la sabiduría con brillantes ideas sagaces     

y sin quererlo,transmites toda tu verdad a través de limpios actos.

 

Entre tus brazos encuentro la paz.

Me adentro en un mundo de ilusión y color que no existe, 

que solo dura un instante.

 

Derrochas admiración por donde quiera que pasas.

¡Lástima de aquellos que no tengan el privilegio de conocerte!

 

Pobres los que no te puedan contemplar, 

cuando floreces como lo haría un almendro. 

Toqué mi corazón escribiendo estas palabras, 

lo acaricié pensando que era el tuyo…

Y te sentí más cerca, te amé s.


                                                                          Ángeles Ruiz Gutiérrez



Semillas de futuro

 

Recuerdos pasados encapsulados en vida. 

Miedo por la infinitud, como el diente de león 

volando sin un destino conocido.

La semilla de la vida que ha visto crecer mi rostro 

que se ha convertido en un relieve montañoso 

creando un paisaje con mil y una noches.

 

Noches soñadas con una frustrada realidad azotada 

es un barco de vela que sigue navegando.

Memorias que guían y llenan mi bodega 

atesoradas en mi oscuro camino hacia la velada.

Pronto llegará el momento donde el puerto se despliega 

y mi alma sereencarnará

en los desechos que llegan a alta mar: 

espuma, arena, ceniza agua.


                                         Claudia Valiente Zamudio


Las raíces del árbol

Había un pueblo llamado Villa del río, ubicado en la costa de un país tropical. Allí vivían varios ancianos que se reunían todos los días en  la plazoleta del pueblo a jugar a las cartas, conversar y disfrutar de la tranquilidad de la tarde.

 

En el centro de la plaza había un majestuoso árbol que, debido a su imponente tamaño y frondosidad, parecía ser el guardián de todo el pueblo. Un día un forastero de misterioso aspecto apareció en medio de la plaza con semblante serio. Los ancianos se quedaron extrañados pero inmediatamente lo recibieron con toda su hospitalidad. Aunque poco duró al saber el motivo de la visita del forastero: talar su preciado árbol. Aquel árbol había sido plantado hacía muchos años y se había convertido en testigo de la vida de varias generaciones.

 

Los ancianos del pueblo admiraban aquel árbol especialmente. Recordaban con nostalgia los años en los que eran jóvenes y se reunían bajo su sombra para hablar de sus sueños y anhelos. Ahora, a pesar de los años que habían pasado, seguían visitándolo cada tarde para disfrutar de su aroma y belleza y para recordar tan apreciado pasado.

 

Por ese motivo los ancianos no podían quedarse impasibles ante tal monstruosidad. Se reunieron alrededor de su apreciado amigo para trazar un plan: declarar al árbol patrimonio del pueblo en tiempo récord, para que no lo pudieran cortar mientras este siguiera vivo.


El permiso fue concedido gracias a la gran protesta del pueblo; para conmemorar este hecho se celebró una festividad a la que acudió todo el pueblo. Los ancianos encabezaron el acontecimiento y leyeron un discurso tan emotivo que las siguientes generaciones no pudieron olvidar:

Querido árbol, querido amigo, te queremos agradecer que seas parte de nuestra vida, por ser el testigo mudo de nuestras historias mientras nos das tu sombra. Nos has acompañado desde hace años, creciste junto a nosotros y ahora eres símbolo de nuestro pueblo. Gracias por darnos tanto cuando nosotros te ofrecemos tan poco.

 

Al momento de colocarle la ansiada placa, los ancianos aplaudieron emocionados mientras el resto de las personas se unían al aplauso y admiraban la belleza, la grandeza del árbol y la importancia que tenía para el pueblo.

 

Después del evento, los ancianos volvieron a sus lugares bajo la sombra del árbol para continuar sus charlas y disfrutar de una buena partida de cartas, mientras que los niños jugaban a su alrededor, conscientes ahora de la importancia que aquel árbol tenía para ellos.

 

Y es que, a veces, los seres más simples y cotidianos de nuestra vida, como un árbol, pueden tener un significado más profundo y emocional en nuestro corazón.

                                                  Ana Márquez Bermúdez


                              Una curiosa amistad

El edificio treintaitrés de la estrecha calle Cajal tenía un apartamento que llevaba años vacío y así seguiría siendo o eso creía don Eduardo, un antiguo banquero que llevaba algo más de diez años jubilado. Don Eduardo era una persona reservada, casi nadie sabía mucho de él, incluso nosotros tampoco podríamos describirlo muy bien. Los vecinos del anciano rara vez lo veían y si algún día tenían la suerte de encontrarse con él en el rellano de la escalera, el viejo banquero corría a su apartamento cerrando la puerta tras de  con un portazo malhumorado.

Una mañana de algún mes primaveral que don Eduardo no recordaba con exactitud, el anciano escuchó unos ruidos que acabaron con su tranquilidad matutina. Al asomarse por la ventana observó que aquel apartamento vacío del edificio treintaitrés que casualmente quedaba frente al suyo ya no estaba vacío como venía sucediendo desde hacía muchos años. Al día siguiente, don Eduardo había comprado unas cortinas de color beige que esa misma tarde le instalarían en lo grandes ventanales.

Lucas no tenía muchos amigos, de hecho no tenía ninguno. A pesar de llevar algo más de un mes en esa nueva ciudad, no había conseguido tener amistad con los niños de su clase. Las tardes se hacían eternas para el chico, sin ningún entretenimiento más que el de asomarse a la ventana y ver qué es lo que pasaba fuera. Cuando miraba al frente le llamaban la atención las dos grandes cortinas de color blanco roto, creía él, que había justo en frente de la ventana de su casa. Éstas hacían que naciera en el chico una enorme curiosidad por ver qué era lo que se escondía detrás. A Lucas le gustaba concebir esas cortinas como el telón de un teatro, las miraba imaginando qué obra se interpretaría detrás de ellas una vez se descorrieran. Por eso, el día que las cortinas estaban abiertas y vio a don Eduardo, sintió decepción ya que había imaginado un escenario mucho más interesante del que encontró. Observó el interior del apartamento del anciano con detenimiento, intentando absorber toda la información para retenerla en su mente. La habitación que podía verse por la ventana era una especie de saloncito muy desordenado y destartalado, apenas se veían muebles. El hombre estaba sentado en un viejo sillón marcando las teclas de un teléfono fijo, terminó de marcar y se llevó el auricular del aparato a la oreja; por el tiempo que lo mantuvo ahí Lucas pudo suponer que el anciano no había recibido respuesta. Don Eduardo realizó esta acción un par de veces más, parece ser que ninguna con éxito. El joven sintió pena por el hombre y cuando don Eduardo levantó la vista, cruzando la mirada con la de Lucas, el chico saludó amistosamente. El anciano frunció el ceño, selevantó del sillón y cerró las cortinas.

A partir de ese momento la curiosidad de Lucas aumentó aún más, quería saber quién era su vecino y por qué estaba solo. El chico intentó aprovechar todas las ocasiones en las que coincidía recibía una respuesta que fuera más allá de un gruñido. Lucas comenzó a aprenderse los horarios de don Eduardo y se dio cuenta de que tenía una rutina muy rígida, por lo que al menos pudo averiguar el chico: el anciano salía todos los jueves a las siete a regar las macetas que adornaban su ventana. Uno de estos jueves en los que Lucas esperaba que don Eduardo se asomase para hacerle alguna pregunta que acabaría sin respuesta, se dio cuenta de que el anciano se estaba retrasando demasiado. Esperó un rato y nadie apareció en la ventana. Lucas se extrañó pero no le dio mucha importancia hasta que al día siguiente Don Eduardo tampoco abrió la ventana a las cuatro para leer su novela. En ese momento, Lucas decidió bajar a la calle y tocar el telefonillo del edificio de enfrente. Los vecinos le indicaron cuál era el número del apartamento de don Eduardo, tocó al timbre durante un rato y no obtuvo respuesta. Volvió a tocar a un vecino, le preguntó si sabía si el anciano estaba de viaje y éste contestó que don Eduardo nunca salía de casa más de una hora. El chico, que había estado observando por la ventana toda la tarde, sabía que don Eduardo no había salido ese día. Al decírselo al vecino, éste le abrió y juntos procedieron a llamar a la policía para saber si al anciano le había sucedido algo.

Una vez la policía abrió la puerta del apartamento de don Eduardo, se encontraron al anciano inconsciente en el suelo del saloncito que tantas tardes había espiado Lucas. Ese mismo día el joven se enteró de que don Eduardo era un hombre viudo que había sido muy adinerado en el pasado, pero cuyos hijos habían desplumado dejándole sin un solo euro y en la más absoluta soledad. El orgullo del anciano había hecho que se negase a que la gente viera su precaria situación.

Durante unos meses el apartamento de enfrente del edificio treintaitrés fue el que se encontró vacío. Lucas comenzó a disfrutar otros pasatiempos y creemos que también se echó una novia en elcolegio. Un día mientras realizaba la tarea de clase frente a la ventana, levantó la mirada y vio que la cortina de don Eduardo volvía a estar abierta y ahora era el anciano el que se asomaba y le hacía gestos a él.

Lucas corrió hacia la calle y tocó el timbre de don Eduardo, subió las escaleras de dos en dos y se plantó en la puerta de éste. El anciano entre lágrimas abrazó al chico y le agradeció que le hubiera salvado la vida.

Con el tiempo Lucas y don Eduardo se hicieron grandes amigos: el chico ayudaba al anciano ahacer diferentes tareas de casa y el anciano ayudaba al chico a estudiar para sus exámenes. A pesar de que don Eduardo seguía siendo una persona testaruda, Lucas había conseguido que el anciano recordara qué significaba estar acompañado y, por ende, se había convertido en la persona más feliz   del mundo.


                                                                            Ricardo Vera Morillas

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